El
sol aún brillaba en el cielo. Aquel ímprobo trabajo contaba con pequeños
detalles que no deseaba reproducir esa tarde, así que dejé el taller y me dirigí a una
cafetería cercana. Por el camino me crucé con el correveidile más famoso de la
ciudad, pero esta vez no se acercó a mí, sino a una pareja de ancianos que descansaba
en un banco de la plaza. Su intento por embaucarlos fue fallido.
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